lunes, 7 de diciembre de 2009

Robleño, un león contra "León"



Nombre: León nº 44 negro 528 k.
Ganadería: María Olea
Lidiado: 29 de Mayo de 2002 Madrid
Fernando Robleño: ovación

La tarde tuvo un nombre de principio a fin: Fernando Robleño. Habían hablado de su firmeza y su valor con la corrida del Conde de la Maza, cuando descerrajó la Puerta Grande con esfuerzo y entrega allá por el pasado abril. Robleño sólo ha vestido el traje de luces en menos de una veintena de ocasiones desde que se doctoró en el año 2000, y eso hay que valorarlo a la hora de juzgar a un torero joven. Un torero que ha dado la cara con creces cada vez que ha pisado el ruedo venteño, regado con su sangre en las dos corridas que mató en el verano de 2001. Vayan de antemano para Fernando todos los respetos. Sólo con este bagaje se había ganado por méritos propios su inclusión en San Isidro, aunque ha sido necesaria la baja de Antonio Ferrera para que pudiera entrar. Y ha entrado pisando fuerte, a pecho descubierto y con una cabeza brillante para entender a los toros del Conde de la Corte, versión María Olea. Interpretó con superior inteligencia las necesidades de sus enemigos. El planteamiento en largo, con muchos metros de por medio, alegró las galopadas de los condesos. Manejó las distancias sobre el engranaje de las neuronas, que tanto escasean en la humanidad. Porque aquí no hay eso que muchos conocen como distancia; aquí hay distancias, y cada toro tiene la suya. El caso es que Robleño les concedió a sus toros una distancia larga, que luego usó conforme a las evoluciones de sus oponentes. Por encima de ambos estuvo su actuación.
Robleño tiró una larga cambiada de rodillas en el tercio como carta de presentación. El toro salió suelto de los caballos -¡y le ovacionaron en el arrastre!- como alma que lleva el diablo. Muleta en mano, el joven madrileño no se lo pensó dos veces y acudió a los medios. Muy planchado el engaño, muy por delante, citó en la lejanía, y el toro se arrancó, galopó y respondió con obediencia y nobleza a los vuelos y a los toques. Y además repetía, y en cada repetición se encontraba el trapo rojo ya puesto, presto a ligar los derechazos, uno tras otro. La siguiente tanda abundó en los mismos argumentos, al ritmo que marcaba el bruto, y se compuso de seis y el de pecho. Hasta aquí contó con la colaboración del astado, que en la tercera serie ya le costaba más, porque se sabía sometido a la mandona muleta de Robleño, y de hecho por el pitón izquierdo se rebrincó.
Regresó con reflejos a la mano diestra y, a pies juntos, volvió a recuperar el notable tono de la obra. Lástima que pinchara. Cuando se perfilaba, advertimos lo adelantada que coloca la mano de la espada, que debe salir del pecho, del nudo de la pañoleta, del corbatín. Fernando entra con el brazo montado, y así lo más probable es que sucediera lo que pasó.

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