miércoles, 10 de marzo de 2010

José Tomás en Valladolid 2001



2º toro Pajarraco nº 24 negro 492 k.
5º toro Rompelío nº 11 castaño 475 k.
Ganadería: Núñez del Cuvillo
Lidiados: 15 de Septiembre de 2001 Valladolid
José Tomás: oreja y oreja



Hay que rendirse ante el nuevo José Tomás, pues se arrían banderas y aquí paz y después gloria. No pasa nada, porque la calidad sigue presidiendo la suavidad de su toreo clásico y el valor cimenta sus elegantes faenas. Definitivamente aceptamos el cambio de más verticalidad por menor profundidad; hierática quietud en lugar de mayor flexibilidad. Comprendamos por fin la evolución de José Tomás de la misma manera que la han asumido los públicos, olvidadizos de aquel que emergió hace cuatro o cinco temporadas pisando terrenos inverosímiles.


Pero la rendición no será a cambio de nada, claro, sino condicionada. Aun añorantes, todavía nostálgicos, nos plegamos a la realidad de su majestad. Pero igual que veneramos a este nuevo Tomás, por puro, aunque menos, por su clase y sus formas, exijamos que sea igual ante el toro además de con los novillotes de ayer. En Madrid, Pamplona o Bilbao. La Feria vallisoletana ha transcurrido desigual de presentación, pero los bajos niveles los quebraron de golpe los "nuñezdelcuvillo". Ni siquiera así sus compañeros de tema se aproximaron en algo al superdotado torero de Galapagar, que disfrutó, por otra parte, del lote ideal.


Las virtudes de José Tomás ya afloraron en las verónicas de recibo al chico segundo. ¡Cuánto tiempo sin verle lancear de verdad a un toro de salida! Desprendió un temple supremo la faena de muleta, reposada y seria. Ligó los derechazos e hilvanó los naturales. Jugó bien las distancias y hubo muletazos como carteles de Llopis, hasta que el delirio congestionó las gargantas con el tres en uno, auténtico monumento en carne viva, ancladas las zapatillas negras, con la facilidad pasmosa de quien se encontrara en un tendadero haciendo ochos con una érala. Perdió las orejas con la dichosa espada, que no le ha funcionado en Valladolid.


Las mismas pautas siguió su obra posterior, un poco acelerada, inquietada sólo por el racheado viento. Un quite por gaoneras permanecerá en el recuerdo, tan inamovible como los estatuarios del prólogo muleteril. Molestaba Eolo en la primera tanda diestra y se tranquilizó en la que continuó con elevado tono. No apareció el reposo en el toreo natural, aunque el trazo, el corte y la confección eran incuestionables. Los muletazos finales elevaron el toreo a cotas soñadas por los más grandes. Pero otra vez marró con el acero. Aun así la oreja cayó.


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